La Rebelión de los Otomíes de Tutotepec y la destrucción de su santuario
Por Abraham Ascencio
Hace aproximadamente 250 años, 15 pueblos otomíes se levantaron en contra de la corona de la Nueva España, encabezados por valientes indígenas de Tutotepec, lo cual preocupó al obispo de Puebla, al arzobispo de la ciudad de México e incluso al virrey marqués de Croix.
El acalde mayor de Tulancingo, Pedro Joseph de Leoz, de quien dependía Tutotepec, escribió tres informes al virrey en 1769, primero el 20 de junio, luego el 31 de agosto y el último fechado el 12 de septiembre.
La zona de la insurrección de 1769, correspondía principalmente al antiguo reino otomí de Tutotepec, quienes habían logrado mantenerse independiente del imperio azteca y luchó enérgicamente contra los españoles; las principales comunidades de la zona eran Pahuatlán, Santa Ana Hueytlalpan, Tenango, Huehuetla, Naupan y San Pedro Tlachichilco.
Entre las causas del levantamiento otomí, se encuentran las ideas del autoritarismo ilustrado de la monarquía de los borbones que en un decreto decidió que todas las doctrinas en las que oficiaran religiosos debían pasar a manos del clero secular; por lo que el obispo de Huauchinango se convirtió en el personaje principal y empezó a nombrar curas en Tutotepec, Tenango, Huehuetla, y Pahuatlán.
Otra fue que el obispo comenzó a preocuparse con la gran actividad religiosas en la zona de Huehuetla, por lo que trajo estudiantes del colegio de Pachuca, y en 1769 no habían tenido tiempo de conocer a los habitantes de la sierra de Puebla ni sus costumbres.
A lo anterior le añadimos que la Sierra de Tutotepec ya se encontraba sobre habitada por criollos y mestizos provenientes del centro de México y comenzaron a fundar extensas haciendas invadiendo parte de la zona indígena.
Es importante señalar que el levantamiento otomí fue casi 5 meses antes del motín del Real del Monte, en la mina Vizcaína de Pedro Romero de Terreros, ya que el primer enfrentamiento otomí contra los curas fue entre marzo y abril de 1766, incluso prendieron fuego a una iglesia, la cual no ha sido precisada, los otomíes al temer represalias, optaron por abandonar sus pueblos y se refugiaron con familias del bosque de los cerros vecinos.
Aunque en el informe de 1769, el alcalde mayor regreso y pacificó a los rebeldes sin castigos ni crueldad, por lo que los otomíes habían vuelto a pagar tributo al rey español y los derechos parroquiales a los curas.
Entre 1767 y 1768, apareció el personaje místico de Diego Agustín, posteriormente llamado Juan Diego, quien fue curado durante 6 meses de una grave enfermedad por Nicolás, uno de los ancianos del pueblo otomí de San Nicolás, muy cerca de Tutotepec, al cabo de esos mese Nicolás y Diego fueron conocidos como curanderos y adivinos, capaces de hacer temblar las casas con solo silbar, y a partir de ese momento Diego Agustín sería conocido como Juan Diego.
Juan Diego comenzó a convencer de sus visiones sobre el Cristo crucificado y del próximo advenimiento del mundo y que para su regreso había sido elegida la cima del cerro sagrado de San Mateo, conocido como cerro Azul, en el actual San Bartolo Tutotepec.
Para recibirlo había que construir un oratorio, donde se llevaría a cabo el culto tradicional por oficiantes otomíes; la llegada de Dios marcaba el fin del mundo y debía ser precedida por un diluvio universal, causado por el desbordamiento de la laguna del valle de México.
Estas visiones apocalípticas igual anunciaban el fin del tributo, y la aparición de nuevas superficies, planicies para la fundación de nuevas ciudades, lo que ayudo a que los indígenas se levantaran en contra de las autoridades religiosas, adicionándose alrededor de 20 poblados, entre los que destacan:
San Mateo, Santiago, San Jerónimo, San Bartolomé, San Pedrito, Santa María, Cuaxtla, Tlaxco, San Clemente, Santa Úrsula, Tliltepec, Acalman, Santa Ana Hueytlalpan y San Pedro Tlachichilco.
Con la cooperación de un real o real y medio de las familias y el trabajo voluntario de muchos indígenas, permitieron organizar ceremonias cada dos meses, y la creación del centro ceremonial en la cima del cerro Azul, cuyo nombre en otomí es “t´oho bádi”, que significa el cerro del curandero.
El adoratorio media aproximadamente 3.25 metros por 4, con paredes de madera y adobe, blanqueadas con cal. En el lugar se colocaron imágenes de san Mateo y La virgen de Guadalupe. Se levantó una cruz y una edificación muy alta rodeada de cruces que representaban ángeles. Además de unas 14 cabañas para alojar guardias para proteger el lugar.
En el cerro azul se celebrara una fiesta cada 15 días, aún no se había olvidado el antiguo calendario ritual, y se recibían numerosas ofrendas para celebrar las fiestas, en las que se escuchaban resonar las campanas y cohetes; al lugar llegaban numerosas procesiones, colocando cruces a lo largo del camino, y para septiembre de 1769, ya había más de 2400 cruces puestas.
Entre los elementos que no correspondían al culto cristiano, se encontraba una máscara de piedra verde, a la cual se le pedía buenas cosechas de maíz y chile, en un texto se menciona que la máscara era una gran piedra que era el corazón de Dios que había caído del cielo.
Otro de los objetos rituales era un cristal, en el que se podía ver al rey de España y al virrey arrodillarse ante el nuevo señor del mundo. Otro objeto era, un vidrio negro (probablemente obsidiana), cilíndrico alargado, que era mostrado como el dedo de Dios.
El centro de la insurrección era el cerro Azul, pero había otros dos centros secundarios, uno al norte de San Andrés y otro al sureste de el Pozo. Los rebeldes más feroces fueron los de los pueblos de Tlaxco, Cuaxtla, Atlalpan, San Clemente y San pedro.
Fueron variados los enfrentamientos, sin que los españoles pudieran controlar la revuelta, fue hasta la cuaresma de 1769, que el alcalde mayor de Tulancingo supo sobre “un viejo indio inquietante, que se hacía llamar Diego”. Fue cuando Pedro Joseph de Leoz le escribió al virrey, el 20 de junio para informarle la situación.
Comenzó a realizarse los preparativos para un ataque al santuario otomí de cerro Azul, por lo que eligieron un día que no hubiera demasiados adversarios en la cima del cerro. Después de una fiesta se pudo calcular que el grueso de la guardia era solo de 230 hombres; el 20 de agosto, las fiestas en la cima habían terminado y se decidió atacar en la noche del lunes 21 de agosto al martes 22 de agosto de 1769.
Los españoles se armaron con 100 hombres de habla española, 60 de Tenango, 25 de Tutotepec y 5 de San Mateo. Con machetes y algunas armas de fuego, tuvieron que retrasar el ataque, ya que se hizo presente un aguacero torrencial que duró más de 5 horas.
Después de la intensa lluvia, los españoles llegaron a la cima sin que nadie los viera, se encontraron con un gran número de armas, fusiles, mosquetas, y espadas de madera.
A las 10 de la noche, el centenar de asaltantes, llegaron a un lugar donde ya no había camino, alcanzaron la cima hasta la noche del martes 22 de agosto, cerca de las 3 de la mañana, los 200 indígenas fueron sorprendidos a pesar de que contraatacaron con gran valor y arrojo, lo que llevo a una batalla de dos horas.
Juan Diego no se encontraba en el lugar, durante el ataque, por lo que pudo huir. Después de una gran lucha encarnizada, los otomíes se rindieron al ver su derrota y para no ser capturados, muchos huyeron por las pendientes del cerro.
Los españoles incendiaron todo lo que podía arder, el 12 de septiembre el alcalde mayor hizo una visita al lugar y solo puedo ver las dimensiones del adoratorio, una sala de banquetes y restos de las paredes.
Después el alcalde de Tulancingo entablo negociaciones con los pueblos sublevados por medio de la traducción de un criollo llamada Manuel Gómez. Y fue hasta el 10 de septiembre que Juan Diego fue capturado por Joseph Tavera, Gobernador de San Andrés y lo entregó al cura de Tutotepec; cuando Juan Diego fue interrogado, solo dijo que lo único que había hecho era ejecutar la voluntad de Dios, Señor del cielo, que se le había aparecido en la cruz, le había hablado y dictado como debía conducirse.
Como recompensa Romero de Terreros entrego 1000 pesos al alcalde mayor de Tulancingo y en una carta del virrey lo felicitaba por haber acabado con la revuelta y lo autorizaba a utilizar el dinero para recompensar a aquellos que habían participado en la pacificación de los Rebeldes de Tutotepec.
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